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22 jun 2011

Comienza el verano

Me limpio las gafas en la tela de las bermudas,
es la única prenda que llevo encima.
Caminamos a oscuras por los pasillos,
sin encender la luz.
Sólo alumbra a través de las persianas
la luz crepuscular, sobre las
formas sinuosas de nuestra piel.
Me toco, compruebo que soy de carne.
Vagamos por la casa, tranquilos.
Si nos cruzamos, sonreímos.
Parece que el sofá, o el balcón, o la cocina
son las únicas paradas del día.
Me recojo el flequillo.
Aprovecho la brisa que entra por el balcón,
lentamente, como indecisa, y respiro.
Huele a naranja, a nubes bajas,
a reflejos cálidos que anuncian el fin del día.

Me siento.
Empiezo a escribir en mi teclado. Mientras tú estás
en la habitación de al lado, viendo pasar el tiempo
con valentía, estoico.
Mis pies tocan el suelo templado,
el mismo que tú tocas unos metros más allá.
No sé a qué esperamos. Me siento seguro, dentro
de mis bermudas.
No sé si esperamos algo nuevo,
o quizá ya hayamos llegado allí.